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23 ago 2012

Valorando a la esposa

Valorando a la esposa
Un hombre preguntó a un sabio si debía quedarse con su esposa o con su amante; el sabio tomó dos flores en su mano. Una rosa y un cactus y le preguntó al hombre:

-¿Si yo te doy a escoger una flor, cuál elegirías?

El hombre sonrió y dijo:

-La rosa... ¡Es lógico!

-A veces los hombres se dejan llevar por la belleza externa o lo mundano -respondió el sabio-. Y eligen lo que brilla más o lo que valga más; pero en esos placeres no está el amor. Yo me quedaría con el cactus porque la rosa se marchita y muere rápidamente; el cactus en cambio, sin importar el tiempo o el clima seguirá igual: verde con sus espinas. Tu mujer conoce tus defectos, tus debilidades, tus errores, tus gritos, tus malos ratos, y aún así está contigo... Tu amante conoce tu dinero, tus lujos, los espacios de felicidad y tu sonrisa, por eso está contigo. Ahora dime, ¿con quién te quedarías?

Mujer

A veces pequeña, a veces inmensa
Luz y sombra. Pasión desatada y calma
Fragilidad y fuerza. Espera y silencio
Voz que grita. Mágica risa, dulce lamento
Cálido descanso, sentimiento intenso
Mano que todo lo cura, brisa que seca las lágrimas
Tierra y agua, viento y fuego
A veces todo, nunca nada...


Juzgando a los demás


Juzgando a los demás
Uno de los monjes de Esceta cometió una falta grave y llamaron al ermitaño más
sabio para que pudiera juzgarlo.

El ermitaño rehusó, pero insistieron tanto que terminó yendo. Llegó allí, cargando
en la espalda un balde agujereado, de donde se escurría arena.

- Vine a juzgar a mi prójimo -dijo el ermitaño al superior del convento-. Mis
pecados se están escurriendo detrás mío como la arena se escurre de este balde.
Pero como no miro hacia atrás y no me doy cuenta de mis propios pecados, fui
llamado para juzgar a mi prójimo!

Al escucharlo, los monjes desistieron de aplicar el castigo.

8 ago 2012

Lo que importa es la fe


Lo que importa es la fe
Tras cuatro años de sequía en una pequeña aldea del nordeste, el párroco reunió a todos para una peregrinación a la montaña. Allí elevarían una plegaria colectiva para pedir que lloviera.

En el grupo, el padre se fijó en un niño que llevaba puesto un impermeable.

–¿Es que estás loco? –le preguntó–. Hace cinco años que no llueve en esta región. ¡La subida te va a matar de calor!
–Estoy resfriado, padre -respondió el niño-. Si vamos a pedir lluvia a Dios, ¿se ha imaginado ya el camino de vuelta? Va a caer un chaparrón tal que más vale estar preparado.

En ese momento, se oyó un gran estruendo en el cielo y comenzaron a caer las primeras gotas. 
Bastó la fe de un niño para realizar un milagro en el que no creían ni quienes estaban más preparados.
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